Nada estaba como en su memoria. Nada estaba como lo había dejado, y de hecho, la primera culpable de todo aquello habían sido ella y su corazón de carbón.
Cuando volvió a posar sus pies sobre el olvido, digamos que su única presencia no era sino un recuerdo más, como las sillas vacías o los silenciosos peldaños de las escaleras. El problema era que ella dolía. Cada latido resultaba un martillazo a los ya de por sí débiles cimientos del respeto. Y digamos también, que si bien se sentía poderosa y reina de un destino, toparse de frente con la chimenea la hizo de nuevo esclava de sus actos y protagonista de un futuro vacío.
De repente, como un soplo de verano, perdió toda conciencia y el pasado le brindó escenas en sepia y calor. Mucho calor.
Vio unas manos.
Oyó un alarido.
Y sus propias carcajadas le taladraron el sinsentido.
Antes de que se diera cuenta se encontró sola, palpando a ciegas en busca de una voz perdida, y se tropezó con una superficie tan sucia como su atormentada existencia. Se dejó las uñas, las yemas y los nudillos en arañar... ¿quién sabe? ¿Un perdón? Pero no tuvo que suplicar durante mucho tiempo más.
No.
Las llamas llegaron primero. Y ésta vez vio sus brazos, oyó sus gritos, y escuchó mis carcajadas.
...siempre, siempre vuelve al lugar del crimen.
Propiedad de Samkale Bellacrux.