15.3.13
...tal vez no bajaran la guardia durante demasiado tiempo.
«Era temprano. Al sol le costaba despuntar sus primeros rayos
de sol en un horizonte incierto. Y eso era lo que preocupaba a Donovan Schat
mientras gobernaba el barco a la par que gobernaba su vieja pipa. Había visto
tantos horizontes y había pensado tanto mientras trataba de alcanzarlos como
una quimera… Y es que en realidad eso eran los horizontes, ¿no? Quimeras.
Ilusiones. Metas inalcanzables que huían de nuestros pasos. Tal vez ese era el
encanto de los horizontes y también el de las metas: seguir navegando y no
parar jamás. Vivir aspirando al máximo. Vivir.»
5.3.13
Autodefinidos.
A veces es como caminar en una vida ajena de la que he formado parte pero de la que no soy propietaria. Es extraño ver cómo los sofás tienen vuestra forma pero ya no estáis ahí. Cómo la casa tiene vuestra esencia, pero ya no la alimentáis. Cómo las paredes hablan de vosotros, pero ya no se oye vuestra voz.
«—¡Es la niña! —¡Ay, mi nieta, quita, que voy!»
Da igual cuántas veces limpies o cuántas cosas tires, ¿no? Cuando has llevado gafas durante mucho tiempo, al quitártelas todavía las sientes resbalar, y todavía llevas un dedo al puente de la nariz para colocarlas en su lugar. Las personas son así. Las sentimos cuando se han ido. Perduran sin darnos cuenta. Las buscamos sin querer. Las vemos donde no están y viven tanto como lo hagan los recuerdos.
«¿Te acordarás de nosotros?»
...a veces, incluso yo creo ser un recuerdo.
4.3.13
Are we humans, or are we dancers?
Lo peor es darse a las circunstancias cuando no puedes darte a otra cosa. Pero lo mejor es bailar con las circunstancias cuando no puedes bailar con otra cosa. Porque, si "yo soy yo y mi circunstancia", como decía Ortega y Gasset, poco sentido tendría enfadarse o luchar contra uno mismo, ¿no? Es autodestructivo. Es insano. Es lo último.
Y supongo que en eso reside ser optimista. No es alejarse de la realidad hasta el punto en que te ciegas por un velo de color y sólo ves lo que te interesa ver. Ser optimista consiste precisamente en aceptar tanto lo bueno como aquello que llamamos "malo", y comprender que lo malo no es malo, sino circunstancial. Una circunstancia con la que nos toca vivir en determinado momento y lugar, de determinada manera.
La única cosa "mala" es morir, porque no puedes darle solución y en la mayoría de los casos no está en nuestra mano. Lo demás son imperfecciones de la pista de baile a las que hay que amoldar el pie.
1.3.13
Pequeño navegante de historias.
—¡No pueden
alcanzarnos, maldita sea! –bramó. El oleaje les mecía cada vez con mayor
brusquedad bajo aquella atmósfera aborrascada intentando echarlos de su
territorio o destruirlos antes de que lo hicieran ellos mismos.
Manejaba el
timón con fuerza y decisión, llevando el barco a babor sin dudarlo un instante
mientras era consciente de que otra embarcación estaba a punto de colocarse a
su altura a estribor listo para el ataque. Tal vez aquello sólo era alargar la
agonía y debían enfrentarse de una vez por todas en una lucha cuerpo a cuerpo
contra aquellos piratas, pero el capitán jamás se rendiría tan pronto. Cuanto
más ilesos salieran sus hombres de aquella batalla, mejor; y cuantos más
hombres sobrevivieran a aquella batalla, mejor. El cielo tronó amenazador sobre
sus cabezas, y no tardó en descargar sus aguas en aquella bélica escena, como
si quisiera complicar más las cosas. Agua sobre agua. Ira sobre ira.
—¡Al
abordaje! –pudieron escuchar los marineros en popa.
Pronto, los
hombres se habían colocado en posición con sus espadas en alto y recibían a los
visitantes con contundentes estacadas. No luchaban como los más distinguidos
espadachines del reino, pero luchaban como los más distinguidos supervivientes
del mar en una época donde muchos vivían de las vidas de otros, lo cual les
proporcionaba cierta experiencia.
—¡Cuidado,
Donovan! ¡Donovan! –chilló uno de ellos a su compañero.
—¡No me distraigas!
¡Estamos en medio de una batalla!
—¡Le vas a
dar a tu madre, idiota!
El joven
retrocedió un par de pasos buscándola con la mirada y su espalda topó con el
vientre de la mujer, que llevaba un brazo en jarra y el otro sosteniendo una
cesta.
—Vamos,
pequeño Francis Drake, que vas a coger un buen catarro –tenía aquella media
sonrisa que la hacía parecer divertida y severa a la vez.
—¿Francis
Drake? ¡No, mamá! ¡Él era un pirata! ¡Yo seré un marinero honrado!
Ella rió de
aquella manera tan suave que la caracterizaba, echando la cabeza hacia atrás.
—Ay, cariño,
si todos pensaran como tú… la honradez ha sido el peor virus de muchos
navegantes –torció la cabeza con expresión tierna-. Vamos, entra en casa –el pequeño
hizo un gesto a sus compañeros a modo de despedida antes de soltar el palo que
usaba a modo de estoque- y vosotros deberíais hacer lo mismo, muchachos,
vuestras madres se pondrán furiosas si llegáis empapados a casa.
Los chicos
asintieron y desaparecieron como alma que lleva al diablo, alejándose mientras
corrían de aquella céntrica placita y perdiéndose entre carcajadas por las
pequeñas callecitas de la ciudad.
Dentro,
Donovan se había sentado frente a la chimenea rodeado por una manta de borrego
mientras fijaba sus profundos ojos azules en el caliente crepitar. Era el único
lugar donde agua y fuego eran compatibles: cuando éste se reflejaba en el mar
de sus ojos.
Su madre se
sentó en el suelo de madera junto a él, con una mano tomó con ternura el rostro
de su hijo y le dio un beso en la cabeza, acariciando después con los labios
aquella seda negra que tenía por cabello. En momentos como aquel, cuando ambos
extendían las manos y sus mofletes ardían en comodidad, parecía que nada en el
mundo pudiera ir mal. Y es que de hecho, el pequeño mundo de Donovan giraba en
torno a cuatro cosas esenciales: sus padres, su pueblo, sus amigos y el mar.
Esa era toda su felicidad.
—Mamá, ¿crees
que lo conseguiré, que seré un gran marinero?
—Cielo, no
dudo que lo conseguirás si de verdad es lo que quieres… pero la vida da muchas
vueltas y hay muchos oficios. Ese es muy peligroso.
—Pero si papá y tú siempre andáis relatando historias del mar.
—Tal vez por eso tenemos miedo:
porque sabemos demasiado.
—Bah –bufó- además, hay una que nunca
has terminado de contarme.
—¿Cuál? –acarició
cariñosamente su pelo.
—La tuya.
Esbozó una
media sonrisa.
—Está bien.
Coge un trozo de pan… -se asomó al pie de las escaleras- ¡Nicholas, baja,
zarpamos!
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