Esa rabia de una niña que no es capaz de expresar que tiene razón, que es injusto lo que están haciendo. Y que no encuentra las palabras, o el modo, o la serenidad para hacerlo de manera convincente. Ese deber de estar callada y dejar que todo pase, porque «agua que no has de beber, déjala correr». Aguantarte los chillidos, los golpes y la incomprensión donde nadie pueda verlo. Guardar el huracán de reproches que te llenan la boca y seguir con una sonrisa. Con tu sarcasmo. Seguir de la manera inteligente.
Y querer creer en esa famosa justicia poética.
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