29.11.11

Justicia Poética

Esa rabia de una niña que no es capaz de expresar que tiene razón, que es injusto lo que están haciendo. Y que no encuentra las palabras, o el modo, o la serenidad para hacerlo de manera convincente. Ese deber de estar callada y dejar que todo pase, porque «agua que no has de beber, déjala correr». Aguantarte los chillidos, los golpes y la incomprensión donde nadie pueda verlo. Guardar el huracán de reproches que te llenan la boca y seguir con una sonrisa. Con tu sarcasmo. Seguir de la manera inteligente.

Y querer creer en esa famosa justicia poética.

23.11.11

La esperó de pie.

Sus ojos claros desnudaban su frágil alma bajo la blanca luz de la luna. Una túnica azul celeste cubría su menudo cuerpo y sus tímidas curvas, temerosas de ser descubiertas. Su cabello quedó a merced del viento fresco de la noche, que lo despeinaba a su antojo en un alarde de bravuconería, liberando así su fragancia. Su nariz respingona oteaba en soledad el horizonte estrellado. Sus manos jugueteaban nerviosas con las mangas de su vestido de seda. Y mientras tanto, los ecos de un bosque en vigilia llegaban a sus oídos como ronroneos de un gato en brazos de su dueño.
Una presencia.
Una figura oscura.
Rasgos de muerte en sus ropas. En su caminar. En sus manos huesudas. En su rostro blanquecino. En su nariz ganchuda. En su aliento helado. En sus pupilas...
... y en ella misma.

19.11.11

Vamos, dame la mano, seamos libres.

Psst, psst. Ven, sígueme, tonta. No tengas miedo, yo estoy contigo. No, no van a pillarnos, ésta vez no. Las últimas dos noches en tu ausencia me he dedicado a informarme de los turnos de cambio de los guardias y de las reuniones de mis hermanas y mi prometida. Ha salido perfecto, los vigilantes acaban de hacer el relevo y doy fe de que las mujeres de la casa están tomando una infusión en el salón. ¡Así que sonríe, pequeña! Vamos, quítate ya la capucha. Oh, estás preciosa, vaya que si lo estás... no tienes ni idea de lo que hace la luna en tu piel, amor. ¿Que qué quería decirte? Ah, sí, es cierto. Me despistas, amapola, me despistas. ¡Ya sé que no te gusta que sea pasteloso! Lo hago porque sé que te molesta, y estás muy graciosa cuando arrugas así la nariz, flor de primavera. ¡Ya paro, ya paro! Vale, también bajaré la voz... pero dudo que el jardinero pueda escucharme ahora, tiene un affaire secreto con la jefa de cocina y se ven todas las noches. ¡Casi como nosotros! Claro que ellos son más rústicos y... ¡sí, sí! ¡El tema! Estás hoy muy agresiva, corazón, ¡me va a salir un cardenal en el brazo a este paso! Bien, te plantearé el asunto: yo te quiero y tú me quieres. ¡Qué digo de querer! ¡Yo te amo! Así que está claro, ¿no? Fuguémonos. ¡Oh, claro que sí! ¡Sabía que aceptarías! Vámonos ahora, amor. No te preocupes por la ropa, he preparado un carruaje sólo para ti y para mí. Ay, amapola... ¿que no te llame qué? ¿Amapola? ¿Amor? ¿Flor de primavera? ¿Corazón? ¿Mi suerte? ¿Mi razón? ¿Mi vida? ¡Auch! No esperaba un pisotón, pequeña. Adoro cómo te ríes... y cómo me besas. Vamos, dame la mano, seamos libres.

17.11.11

Cuando cae la noche.

Una noche más salí a la calle con el particular sigilo que siempre me había caracterizado, aunque me entristecía (y mucho) decir, que no era un sigilo del que yo fuera artífice. Era un sigilo del que los demás me hacían propietaria ignorando mi presencia, sufriendo de sordera cuando hablaba o helando sus corazones cuando yo necesitaba un hombro en el que derramar mis lágrimas. Ni que decir tiene, que me había endurecido y ya apenas lloraba o requería de la compañía de otros.

Pero unas cuantas noches al mes, no sabría decir exactamente la cantidad, una sombra me esperaba en la esquina de la calle del portal en el que yo solía instalarme para no pasar demasiado frío en invierno. La oscuridad de la noche le proporcionaba un dulce anonimato (¡casi tan dulce como su voz!) y hacía del brillo de sus ojos algo felino cuando la luna se dejaba ver en lo alto de aquella maraña negra llamada Universo. 

Mientras la ciudad dormía, nosotros compartíamos sueños de cristal de esos que sueltan frágiles destellos cuando sólo las estrellas están mirando. Nuestros susurros se intercalaban con la brisa jugueteando con nuestras palabras a su paso. Y nuestras risas... nuestras risas volaban libres en todas direcciones, llenas de vida, de ganas, de ilusión, de amor...

Son esas noches las únicas que valen algo para mí. Las únicas en las que siento algo distinto de la indiferencia o el dolor. Son esas noches las que me hablan de lo que nadie me habló: la felicidad. Y son esas noches las que me afirman y reafirman que jamás encontraré a nadie por quien pudiera dar la vida como lo haría por ese muchacho escondido entre sombras que siente, ríe y ama del mismo modo que yo.

15.11.11

Secretos Robados

Aseguró la chistera en su cabeza. Se ajustó la capa al cuello tirando de uno de los recios cordeles mientras agachaba la cabeza y escondía su mirada de los viandantes. La multitud de la Avenida avanzaba como un rebaño lento y cansino a través de la ancha calle para llegar a la Plaza Mayor. Pero no, ese no era su destino. Se escabulló de sus acompañantes girando sin previo aviso en el callejón que encontró a su izquierda. 

Continuó hacia adelante sin echar la vista atrás, aferrando con fuerza la caja forrada de terciopelo color rubí que llevaba entre sus manos. Sus únicos compañeros eran ahora el repiqueteo de sus zapatos contra el suelo, sonido que le devolvían las paredes una y otra vez, como rechazándolos, como un eco incansable. 

A medida que se acercaba a la vieja puerta de madera pudo sentir sus nervios a flor de piel. Su corazón se aceleró entrecortando así su respiración, y no pudo evitar contener el aliento cuando se colocó frente a aquel portal siniestro y oscuro, recóndito y húmedo. Gris. Tragó saliva y sin dudarlo por más tiempo tocó con sus desnudos y delicados nudillos en la parte superior. Entonces, se abrió un rectángulo a la altura de sus ojos, dejando entrever los del portero, verdosos y tristes.

—¿Clave?
—Mona Lisa -contestó con voz grave y firme, sin titubear ni tan siquiera un poquito.

En unos instantes estaba dentro, sin preguntas, sin trampas. Justo lo que quería. Dos estrechos pasillos de grisáceas paredes desgastadas por el tiempo le dieron paso a una amplia sala de paredes forradas por el Universo y mesas cubiertas por terciopelo del color de la sangre, justo como el de la caja que sostenía con ilusión entre sus temblorosas manos. Las cortinas del pequeño escenario se tenían a ambos lados del mismo con dos lazos del color del oro, y los focos de colores daban un aspecto místico a toda la estancia, que a su entrada quedó en penumbra.

El presentador le dirigió una mirada afable, e invitó al novato a sentarse en cualquiera de aquellas mesas y a observar, a disfrutar, a dejarse llevar, a aprender y a desentramar los misterios y secretos que por una razón u otra le habían conducido hasta allí en aquel momento y circunstancias concretas. No se negó, al contrario. Se apropió de una de las pequeñas mesas redondas de la tercera fila y dejó la caja sobre ella.

Echó un vistazo a su alrededor, cosa de la que se arrepintió de inmediato. Pero ya era demasiado tarde. Sus ojos se habían topado con otros oscuros, severos, tenebrosos. Y su mirada dulce, azul y cristalina, chispeante de emoción tampoco pasó desapercibida. Su expresión cambió de repente.

Miedo, terror. Había sido descubierta.

13.11.11

Otoño

Te pondrás tu gorro de lana y enrollarás tu bufanda alrededor de tu cuello. Cogerás las llaves y no te pararás delante del espejo antes de salir. Bajarás las escaleras con gracia, saltando los dos últimos escalones, justo como cuando tenías cinco años y tu abuela te sostenía la mano para que lo hicieras.
Saldrás a la calle y tomarás una bocanada de ese aire otoñal que lo impregna todo. Echarás a andar sin siquiera pensar bien a dónde vas, dejando que tu instinto te lleve a izquierda o derecha, adelante o hacia atrás, a cruzar, o a continuar en la misma acera. Seguirás tu senda invisible pisando sobre las hojas secas, haciéndolas cantar bajo tus pies, dejando que el amarillo, el naranja y el rojo te envuelvan con su traicionera calidez.
Cuando llegues a tu destino, al que tu corazón te haya querido conducir, te dejarás caer donde lo más profundo de ti te diga. En el suelo, en un banco, en el bordillo de la acera o en mitad de la calle. Sonreirás y tomarás aire otra vez. La brisa fría inundará de nuevo tus fosas nasales, pero en esta ocasión te sentirás mejor. Te sentirás más libre, porque ese será tu sitio y tú estarás en él.

12.11.11

Gris

Gris. El cielo era gris. Gris como la fachada más sabia de la calle del Viento. Gris como los ojos del chico más misterioso de la Avenida del Olvido. Gris, como la chaqueta de la dependienta de la papelería que hacía esquina con el Paseo de la Primavera. Gris, en definitiva, como el alma solitaria de un hombre que nunca amó y al que nunca quisieron. Gris.