21.12.11

Blanco y negro a color.

—Tío, casi llegas tarde incluso el día de tu entierro. Aunque esta vez no ha sido culpa tuya... ha sido más bien del ayudante en prácticas del hombre que hizo la autopsia a un muerto de la misma funeraria que tú. Resulta que el zagal le dio por difunto y sólo estaba en estado catatónico. Imagínate el susto cuando han escuchado ruido dentro del ataúd... Casi puedo oírte quejar de que alguien la haya liado más que tú, envidioso -le da una patada a una piedra- ¿te acuerdas ese día que nos disfrazamos de bailarinas de ballet en pleno invierno por mitad de la calle? -suelta una carcajada y se pone muy serio rápidamente, se ha olvidado de que está en un cementerio- ¿y de ese día que la Francisca te pilló dándote el lote con la Isabel en la plaza del pueblo? Anda que... la que montaste tú solo por darte una alegría al cuerpo, bribón. Aunque fíjate si eras listo, que aún te casaste con la Paca... no sé con qué la engañarías, porque pa' aguantar a un ceporro como tú, tela. Eso sí,  lo que nunca olvidaré será el viernes aquel en el que me dijiste con toda la seriedad y rigidez que te cupo en el cuerpo que eras un espía ¡un espía de un pueblacho como este! Recordarás que me reí tanto que me atraganté con la manzana que le robamos al Iranzo, pero más me reí cuando dijiste que cualquier día de estos fingías tu muerte...
—Y no mentía, Ferlosio, no mentía.

18.12.11

Y la plaza Mayor ardió en dolor.

La tomaron por princesa encerrada en una torre. A ojos de todos fue aquella quien requería de la ayuda de un héroe para ser salvada. Pero nunca nadie logró rescatarla de la que durante años había sido su morada, así como tampoco regresaron cuerdos de intentarlo. Culpa suya fueron las guerras de las que yo fui partícipe al no tener otra opción. Cada príncipe que marchaba en su busca, ya fuera guapo, feo, fuerte, débil, inteligente o menos ágil mentalmente, volvía convertido en algo cruel, frío y calculador, certero, tajante, seco. Su mirada reflejaba un vacío poblado de furia, locura, muerte y el filo de su espada.

Ocurrió años después. Un día en que el sol abrasaba con insidia a los habitantes del pueblo, la vi. Más bien, la vimos. Caminaba lentamente a través de la plaza Mayor, con su mirada de extinto otoño en ristre y la nariz en alza. Todo a su paso enmudeció como lo hace un adolescente cuando se da cuenta de que el mundo en el que vive no es el que él cree, no es el que ha creado. Vientos tormentosos se despertaron a su alrededor y se entornaron hacia su imponente figura los ojos de quienes a causa de ella tanto habían luchado y tanto habían perdido. Sus labios fruncidos sobre su tez de porcelana se relajaron y dieron paso a un suspiro. Y después... después lo supe todo.

Su voz estaba envenenada.

5.12.11

Red Balloon

Lo había soltado sin querer. Lo sintió escapar y no pudo volver a cogerlo. Sus reflejos no eran muy rápidos, y su estatura no le habría llevado muy lejos. Tiró de la mano de su madre y apuntó con uno de sus regordetes dedos hacia el globo rojo que ascendía con tranquilidad hacia el cielo azul salpicado de esponjosas nubes blancas.
—¡Vaya, cielo! ¡Se ha ido!
—¿Y a dónde irá, mamá? -preguntó con infinita curiosidad sin despegar su mirada castaña de su preciado tesoro. ¿Quién sabe? Tal vez volvía.
—Pues al cielo, mi amor.
—¿Al cielo? -hizo una pausa- ¿con el abuelo Leoncio?
—Claro -contestó ella sonriendo- vamos, cielo, ya te compraré otro de camino a casa.
Pero ella seguía con sus pupilas clavadas en él. ¿De verdad llegaba hasta el cielo? ¿De verdad llegaría hasta su abuelo? Y si llegaba, ¿sabría él que era su globo? ¿Lo guardaría y cuidaría hasta que se encontraran? Mientras divagaba en silencio, había dejado caer la mandíbula inferior a la par que su pelito oscuro y liso era revuelto por una débil brisa y el objeto de su curiosidad no era ya más que un punto. Y por fin, desapareció sin más, confundiéndose en la inmensidad del cielo.
¿Llegaría?