16.4.13

Se ha roto.

La oscuridad se había tragado el cielo y la tierra y su estómago apenas había emitido un leve ruido sordo y un cambio en la atmósfera. Un cambio que la instó a correr con todas sus fuerzas hasta un risco. Un risco que podría haberle supuesto la propia muerte pero que, cosas de la vida, conocía con la palma de sus pies. Podría el color negro haber gritado a medio palmo de su blanco corazón. Podría habérsela comido. Haber rumiado su alma y haberla convertido en el propio polvo de una tormenta de odio, y en aquella inmensidad incierta nadie habría advertido el cese de unos latidos que cabalgaban a horcajadas con las hebras de su pelo.

Un chasquido de luz.

Otro.

Unos cuantos más a lo lejos.

Y su corazón estallando con cada uno de ellos. Suspiró. Abrió mucho los ojos. Se dejó caer de rodillas ante un abismo ansioso por mecerla en sus débiles brazos y sus complicadas críticas a aquella piel suave y blanquecina, como de invierno solitario y vacío. Las piedras se clavaron en sus rodillas como pequeñas agujas impacientes por hacerla sentir algo que no fuese el desasosiego de la madurez, el peso de la responsabilidad y el angustioso lazo que apretaba su niñez.

—Se ha roto. Se ha roto la magia.

1.4.13

Ying, yang.

Para mí, la felicidad es el simple hecho de vivir

La felicidad, como la vida, entraña tanto cosas buenas como cosas malas. Sin cuesta arriba, no hay cuesta abajo, ¿no? Sin cosas peores, no hay cosas mejores; sin cosas tristes, no hay cosas alegres. Ying, yang

¿Cómo podríamos, sin cosas que nos gustaran menos, apreciar lo bello? ¿Cómo podríamos dar valor a la alegría si no hubiese un estado opuesto que nos recordara lo bien que nos hace sentir? Viviríamos en un estado neutro, carente de emoción, anodino.

He aprendido a apreciar la tierra y las plantas secas, el cierzo y mi propia ciudad cuando de buenas a primeras no me conmovieron (o tal vez no supe verlos) así como he aprendido a apreciar que los momentos más malos pueden ser parte de la mejor etapa de mi vida tanto como aquellos que, simplemente, son parte de la vida en sí misma. Porque sí, las idas y venidas, la falta y la abundancia, amar y amar menos, asustarse y estar seguro, respirar y no hacerlo, son también parte del vivir.

Si nos vienen tiempos difíciles (aunque no queramos), nos tocará recomponerlo como ese puzle de mil piezas (que tampoco pedimos) en Navidad. Esa frase que dicen nuestros padres los domingos por la mañana: «¡Quien vale para salir hasta tarde, vale para levantarse temprano a trabajar!» esconde a su vez que quien pide alegría, pide por consiguiente también una pequeña dosis de pena. Porque es necesaria y no es mala. Como no es malo sentirse triste, aturdido, enfadado o distraído. Porque, sencillamente, peor es no sentir, ser indiferente, pasar de todo, sudar de todo, que te importe una mierda todo. Porque todos somos parte de todo e ignorar al mundo es negarse a sentir el mundo, es negarse a sentirse a uno mismo. Y es una pena, porque convivimos con nosotros mismos para toda la vida (que también, incluso aquí, entraña la muerte).